El mundo está lleno de personas que te indican lo importante que es ser productivo. La productividad, y el cumplir con las expectativas sociales, económicas y hasta personales, se ha convertido en una carrera olímpica de aprobación social en la que todos corremos, muchas veces, sin siquiera ser conscientes de ello.
El problema viene cuando empezamos a encubrir emociones como: la tristeza, el enojo, y la soledad para no afectar nuestra productividad diaria, porque sentimos que esas emociones nos ponen en riesgo con nuestro entorno. Así es como le damos cabida a crisis emocionales silenciosas que pueden afectar gravemente nuestra salud.
Los pensamientos sobre nosotros mismos, que percibimos como una amenaza, son pensamientos ansiosos. Si, pensar en las amenazas que nos surgen o puedan surgir durante la vida, nos ayuda a prepararnos: –preveo que llegar tarde a una entrevista sería algo amenazante para mis objetivos, pienso en ello: eso es un pensamiento ansioso, busco recursos para llegar a tiempo, y se diluye el pensamiento ansioso–. Ciertos pensamientos ansiosos son adaptativos, debemos escucharlos y atender a sus mensajes para protegernos.
La pregunta sería, ¿Cuál es el límite entre un pensamiento ansioso saludable y uno que no lo es? lo cruzamos cuando nuestros mensajes internos dejan de avisarnos fiablemente de amenazas, y se convierten en la mayor amenaza.
Pensar incesantemente en aquello que podríamos haber hecho mejor, repasar una y otra vez las mismas escenas nos entristece, nos aleja del aquí y ahora, y nos limita para poder disfrutar de las cosas que marchan bien en nuestra vida.
El pensamiento, en general, no es algo que podamos detener, eliminar. No es cuestión de abolirlo, es cuestión de aprender a entender su forma, su función, descubrir la necesidad que intenta, y no logra cubrir.
Es por esto que si reconoces alguna de estas señales en ti o en alguien cercano, te recomendamos acudir con especialistas de la salud mental que te puedan brindar las herramientas para saber manejar esas situaciones.